Literatura en Canarias
sábado, 11 de febrero de 2023
Aldecoa y las islas Canarias
Fruto de esta relación fue la novela Parte de una historia.
Pero Ignacio Aldecoa también escribió un cuaderno de su viaje por Canarias al que tituló Cuaderno de godo.
Además de artículos sueltos sobre Fuerteventura.
domingo, 13 de noviembre de 2022
sábado, 4 de junio de 2022
sábado, 18 de septiembre de 2021
Isla Sur, Ediciones Franz
El relato corto y su limbo literario / por Alfonso Domingo
Quintero
El Premio Nacional de
Narrativa de este año ha recaído en Cristina Fernández Cubas por su libro La
habitación de Nona. De esta manera parece revalorizarse el relato corto.
Esta misma autora viene defendiendo la autonomía y el vigor de este género
literario desde el inicio de su carrera. Para comprobarlo, solo hay que
consultar la hemeroteca.
Pero es así, parecía que este género
necesitaba de un premio prestigioso para que lo aprendiéramos a valorar. Un
halo de sospecha se había cernido sobre el relato corto desde que la Generación
del 50 lo entendiera como una manera de llegar a la novela, género que goza de
todos los parabienes de la crítica, mientras el relato corto malvive denostado
por las editoriales, a no ser que seas un escritor consagrado. De este modo, se
citaba a Carmen Martín Gaite como paradigma de novelista que había cultivado el
relato como camino para llegar a la novela, en menoscabo de su quehacer como
cuentista, siendo esta producción de lo más interesante; y se olvidaba, por
otro lado, a Ignacio Aldecoa que debe su fama a sus relatos cortos, aunque
también ha escrito novelas como Parte de una historia que, como es
sabido, transcurre en La Graciosa.
Más allá de esta controversia, la de valorar
el relato corto como género literario, lo cierto es que este nace con piezas de
grandísima madurez como los relatos que forman parte de Las mil y una noche,
Calila e Dimna o, en ya pleno castellano, El conde Lucanor de don
Juan Manuel; y surca la historia de la literatura con hitos como Ficciones de
Jorge Luis Borges.
El relato corto, además, tiene la maravillosa
cualidad de vivir siempre en el presente para el lector. Los relatos no
envejecen porque su estructura no ha variado con el paso de los siglos. Es el
caso de «De lo que aconteció a un deán de Santiago con don Yllán, el gran
maestro de Toledo» del libro El conde Lucanor de don Juan Manuel, que
resulta a los ojos del lector actual como plenamente moderno y fascinante. Esto
no pasa con otros géneros donde la forma ha cambiado y evolucionado tanto que
cuando se lee, por ejemplo, un poema de los Siglos de Oro, se hacen evidentes
sus ligaduras con su momento histórico-cultural, aunque sean igualmente
fascinantes; el poema se ve totalmente sujeto a un tiempo y a un código poético
determinado. En este sentido, el relato corto es distinto, porque su estructura
se ha mantenido durante siglos, y podemos leer relatos del medievo con una
estructura interna idéntica a los relatos del siglo XXI. El relato corto vive
en su propio limbo atemporal y literario.
En los últimos años, siguiendo con lo que
tiene que ver con la estructura, se ha abusado de la idea de narrar con la
intención de que el lector, al final del relato corto, descubra que lo que ha
venido leyendo hasta entonces necesita una nueva interpretación, pero este que
escribe echa de menos los relatos con tramas fortísimas que no necesitan de
estos artificios estructurales. Hablo de la cuentística rusa: Korolenco,
Turguenév o Chéjov. Pongo como ejemplo La muerte de Iván Ilich de León
Tolstoi que no abusa de giros estructurales sorpresivos, sino que se asienta en
la fortaleza de la trama.
Mi libro de relatos Isla Sur refleja
las ideas que he expuesto hasta ahora. Es evidente que la estructura en algún
relato cobra vital importancia como en «Erbania», pero me he empeñado en
presentar tramas que por sí mismas pueden dar vida al relato. También me he
acordado, mientras escribía, de Medardo Fraile, pues he querido sobre todo
crear un ambiente, un lugar simbólico llamado Isla Sur.
En «El perseguidor» de Diario de Avisos, 26
de febrero de 2017
sábado, 24 de julio de 2021
martes, 29 de diciembre de 2020
martes, 24 de noviembre de 2020
ANTONIO MACHADO, HUELLA Y LUZ / por ALFONSO DOMINGO QUINTERO
ANTONIO MACHADO, HUELLA Y LUZ / por ALFONSO DOMINGO QUINTERO
Antonio Machado y Gustavo Adolfo Bécquer comparten un mismo problema: el complejo de superioridad con que el lector se acerca a ambos poetas. Después de nuestras primeras lecturas juveniles de estos poetas parece que ya no nos pueden sorprender, que ya no nos pueden ofrecer nada nuevo. Qué triste destino para ambos. Quizá, inconscientemente, los tenemos pobremente encasillados. Por ello recomiendo, para una nueva lectura de Gustavo Adolfo Bécquer, las nobles palabras que le dedicó Benito Pérez Galdós en su ensayo Las obras de Bécquer. Sin duda, esta lectura arrojará nuevas luces sobre el genial poeta romántico, alejada de esa otra lectura ñoña y cursi que tanto daño ha hecho a su poesía.
De Antonio Machado digamos algo más. Antonio Machado no dejó nunca de ser un escritor de provincias, un profesor de enseñanzas medias --qué discreto destino. Protagoniza de esta manera una existencia del todo ordinaria, común; es uno más. Y he ahí su atractivo. Su modernidad reside en haber poetizado la existencia íntima de una experiencia vital que en principio en nada se diferencia de las demás. Esa discreta intimidad, que se nos desvela en sus poemas, es huella y luz, don y dádiva para el lector. Cifrar el misterio de esa experiencia íntima es una tarea imposible en estas tan breves líneas, pero quisiera intentarlo al menos. Antonio Machado se revela en sus poemas como un ser en relación consigo mismo, con el otro y con Dios, se asoma entonces a lo trascendente. El poeta busca sinceramente respuestas a su existencia.
En muchos poemas se hace explícita esta búsqueda de Dios, recordemos, por ejemplo, estos célebres versos: «así voy yo, borracho melancólico, / guitarrista lunático, poeta, / y pobre hombre en sueños / siempre buscando a Dios entre la niebla»; o estos otros: «Converso con el hombre que siempre va conmigo / —quien habla sólo espera hablar a Dios un día—;». ¡Cuán cercana es esta experiencia de búsqueda de Dios entre la niebla para nuestros contemporáneos!
Por otra parte, Antonio Machado se descubre a sí mismo como un misterio. Para entender al poeta no basta con remitirse a su biografía, podemos aludir ahora al poema «Retrato», sino que además ha de contemplarse como un infinito y un misterio para su justa comprensión. En este sentido, conmovedoras y reveladoras de su intimidad son las palabras del siguiente poema:
¿Y ha de morir contigo el mundo mago
donde guarda el recuerdo
los hálitos más puros de la vida,
la blanca sombra del amor primero,
la voz que fue a tu corazón, la mano
que tú querías retener en sueños,
y todos los amores
que llegaron al alma, al hondo cielo?
¿Y ha de morir contigo el mundo tuyo,
la vieja vida en orden tuyo y nuevo?
¿Los yunques y crisoles de tu alma
trabajan para el polvo y para el viento?
Por último, es un ser humano que está en relación con el otro. Los poemas dedicados a Leonor Izquierdo, a sus amigos poetas e incluso a la colectividad nos hablan de una vida que se desarrolla en plenitud en su relación con los otros. De esta manera, surcamos una biografía que no se nos define como autónoma, sino que está ligada a la existencia de los otros.
Miércoles, 14 de diciembre de 2011, Diario de Avisos