sábado, 31 de enero de 2015

Bienvenidos a La Graciosa, guía turística


RAÚL GORROÑO, S/C de Tfe.
El escritor, fotógrafo y guionista Ángel Vallecillo (Valladolid, 1968), que reside en Canarias desde 1992, es un enamorado de La Graciosa, isla del archipiélago Chinijo que ha visitado durante los últimos quince años y sobre la que acaba de publicar la guía "Bienvenido a La Graciosa".
Esta obra, un manual con algo más de un centenar de páginas ilustradas con numerosas imágenes a color, facilita información variada sobre la historia de esta pequeña isla, rutas de senderismo, playas, flora, fauna y gastronomía del lugar.
El autor ha recorrido La Graciosa en todas las direcciones, contabilizando más de mil kilómetros, ha realizado más de seis mil fotografías y ha hablado con numerosos vecinos que se convirtieron en sus fuentes orales, aunque para él la isla más bonita es Alegranza, que está deshabitada.
Vallecillo, que ha consultado la escasa bibliografía existente sobre el islote, comenta que La Graciosa fue la primera isla conquistada por Jean Bethencourt en el año 1402, antes que Lanzarote.
"En La Graciosa se han localizado restos fenicios, romanos, normandos, árabes..., no en tierra sino en el mar. En la bahía de la playa de la Cocina es donde están los yacimientos más antiguos. Es un lugar de abrigo natural y se supone que La Graciosa fue la primera isla que se conquistó en Canarias. Solían fondear en la playa de la Cocina y se sabe que venían los fenicios, los romanos... Se han localizado ánforas, restos árabes, normandos, pero no he encontrado un artículo exacto sobre este tema, pero hay libros que indican que los restos arqueológicos más antiguos de Canarias están en La Graciosa".
Este amante de la naturaleza y la cultura considera que en La Graciosa hay un montón de malentendidos, "los gracioseros, que son los mejores marinos de Canarias para mí, repiten una serie de cosas que no tienen mucho sentido, como nombres equivocados de lugares".
La Graciosa también fue un refugio de piratas. "Hay multitud de leyendas y es cierto que hubo piratas. Es el lugar natural. Cuando venían los comerciantes de Gran Bretaña por el tema de la uva, era la isla perfecta para ver los barcos que salían del archipiélago y se dirigían hacia el norte. Utilizaban dos puntos como atalaya. La mayor leyenda de la isla es que hay un tesoro escondido en la playa de Las Conchas, de unos piratas a los que estaban persiguiendo y enterraron allí el tesoro. Hay documentos, existen referencias".
Este escritor y fotógrafo explica que La Graciosa está habitada desde hace unos 130 años, hasta entonces era como una especie de finca cuando faltaban los pastos en Lanzarote. "Pasaban el río y dejaban allí las cabras sueltas y volvían semanas después a recogerlas. Es curioso, a los camellos los llevaban metidos en un neumático de tractor",
Con respecto a La Alegranza asegura que nunca ha estado habitada, salvo dos familias de fareros, pero nunca hubo un asentamiento. "El primer asentamiento en La Graciosa fue en 1880, cuando se instaló una fábrica de salazón de pescados por la compañía Pesquerías Canario-africanas. Otros dicen que fue en Pedro Barba. En 1875 Estados Unidos quiso comprar la isla durante 99 años para instalar una fábrica de salazón, pero se denegó la venta".

Otra curiosidad única de La Graciosa es la existencia de El Palo. "Durante cien años se inventan un sistema de protección hacia los extraños y hacia los propios habitantes de la isla que no se avienen a las reglas establecidas. El Palo es una junta de mayores que toma decisiones sobre lo que está pasando en la Isla. Se sientan en un tronco, en el palo, bisbisean y saben cómo hacer el vacío".

lunes, 12 de enero de 2015

Canarias o la dulzura / Alfonso Domingo Quintero

Canarias o la dulzura / Alfonso Domingo Quintero
 

            José Martínez Ruiz ha pasado la mañana sentado frente a su escritorio, ocupado en sus quehaceres como periodista de ABC. Pero ahora el escritor se ha dado un descanso. Es media mañana. Un cielo plomizo cubre Madrid. Apenas hay luz en las ventanas. Una luz que no acaba de nacer del todo. La habitación huele a librería de viejo. El escritor ha empezado a hojear las páginas de uno de los libros que tiene apilado en un extremo de su escritorio. Lee unas endechas recogidas en un libro de José Vargas Ponce. Lee cadenciosamente, haciendo las pausas versales, interiorizando el ritmo. Ha memorizado casi sin querer la composición. La declama silenciosamente: «¡Llorad las damas/ si Dios os vala!», se detiene brevemente intentando memorizar, y  continúa: «Guillén Peraza/ quedó en la Palma», sigue leyendo y acaba la composición. Repite la lectura varias veces. Le parece una composición propia del ingenio canario. Escribe algunas breves notas sobre el paisaje insular, que conoce a través de una película que ha visto en un cine próximo. Todo le parece atractivo: las montañas, las cumbres nevadas, los arenales, la lava y el hombre que habita este paisaje insular. Detiene su escritura. No sabe qué más añadir. No se muestra dubitativo; sabe haber intuido el  misterio de lo insular. El escritor es de ademanes atildados, lleva una americana gris, y se apoya en un bastón. De gesto no se sabe si serio o triste. El escritor piensa dedicarle un artículo a las islas Canarias, o mejor, un ensayo que podría llamarse Canarias o la dulzura. Una dulzura que le parece suavemente melancólica. Melancolía que es meditación y contemplación de lo insular. Vuelve a leer las endechas, y el canto de las plañideras suena remoto en la imaginación de nuestro escritor. La sangre de Guillén Peraza sobre los arenales de La Palma. Las plañideras maldicen la isla. Y así nace la Literatura Canaria.

            Son las 12 m. Tañen las campanas de una parroquia cercana. Es la hora del Ángelus. El escritor lo reza despacio. Luego, reanuda su trabajo. Deja a un lado el libro de José Vargas Ponce. Las notas escritas sobre las Endechas a Guillén Peraza quedan en una cuartilla que años más tarde retomará para su libro Ejercicios de Castellano