domingo, 20 de septiembre de 2015

Isla de Lanzarote, isla afortunada / Alfonso Domingo Quintero

Isla de Lanzarote, isla afortunada / Alfonso Domingo Quintero
Si hay una isla afortunada entre las Islas Afortunadas, esa es en mi opinión Lanzarote. Solamente por ver como se ha desarrollado urbanísticamente suscita la envidia del resto de islas. Envidia sana. Haber contado con un genio como César Manrique ha sido una gran bendición, pues dejó su impronta en toda la isla. Lanzarote es la isla menos castigada por el urbanismo salvaje, gracias al respeto que se le ha tenido siempre a tan genial artista. La casa tradicional de una o dos plantas de paredes blancas y  puertas verdes, que en nada ha deteriorado el ambiente, es lo común en esta isla. Pero si atendemos a las obras concretas César Manrique, más allá de lo que su influjo ha podido suscitar en el desarrollo urbanístico de la isla de Lanzarote, tendremos que asombrarnos ante el Jardín de Cactus, los Jameos del Agua o la Casa-Museo del Campesino, y veremos que son un ejemplo de la combinación entre la belleza de materiales humildes y la genialidad en la consecución de un espacio para el disfrute y el recreo del visitante. Por no hablar del Mirador del Río que se abre a uno de los lugares más hermosos de las islas: el Risco de Famara, la playa de Famara y la isla de la Graciosa. Este lugar fue la puerta de entrada de las islas a los fenicios, romanos, normandos, castellanos y piratas. Hoy lugar de recreo de ingleses y alemanes, que no dudan en cruzar la gran Europa para disfrutar de tan benigno lugar.
Famara, ¿qué decir de la deliciosa toponimia de Lanzarote? Nazaret, Mozaga o Yaiza por no decir Uga, Ye o Tenézara; o tantos otros nombres enigmáticos para pueblos bizantinos, o para cuentos de Las mil y una noches. Toponimia sobre la que Agustín Espinosa escribió Lancelot 28º-7º, además de dar forma literaria a elementos tan propios de la isla como el camello o la palmera. Un libro que se lee sin cansancio, seducido por la estética que se propone. También tendríamos que tener en cuenta la obra Lanzarote de Agustín de la Oz, que abre acta cultural de cada uno de los pueblos de Lanzarote. Libro, que con otros, merecería un artículo llamado «Libros fundamentales pero olvidados de la Literatura Canaria».
Pero la toponimia nomina un paisaje, un paisaje que es producto de la fuerza de la naturaleza como Timanfaya, o de la maestría de la mano del hombre sobre la ella como en La Geria o en las Salinas del Janubio. Recuerdo ahora la excelente fotografía sobre este lugar y otros de la isla en la película Mararía, basada en la novela del mismo nombre de Rafael Arozarena, donde se trata uno de los mitos de estas islas: la fascinación por lo extranjero y el aislamiento.
No puedo en este artículo ser exhaustivo y comentar cada una de las singularidades de la isla de Lanzarote, por eso me limitaré a nombrar lugares que me parecieron de especial belleza cuando viví en esta isla: los puentes de Leonardo Torriani, el Castillo de Santa Bárbara en Teguise; el pueblo de Maciot y el poblado prehispánico de Zonzamas, que nos hablan por sí mismos de nuestro pasado histórico; la Casa-Museo José Saramago, las bóvedas y chimenenas de Tinajo, la Ermita de Nuestra Señora de los Dolores, centro espiritual de la isla, Femés y los colores fronterizos entre el azul y el verde en Playa Blanca y, a lo lejos, Isla de Lobos con su almacén romano.

            Por último, aunque suene a tópico, Haría. No sé cómo se puede describir la impresión que deja en el viajero la visión de este pueblecito que parece oriental, después de descender por la Cuesta del Malpaso. La quietud, el silencio, el palmeral y las casas de cal son sujetos de un tiempo sin tiempo. Camino de Arrieta dejamos atrás un pueblo sin tiempo. ¿Qué nos quiere decir la humildad de esta aldea?